viernes, 9 de junio de 2023

LOS FÓSILES VIVIENTES.

 Llevan millones de años en la Tierra, y apenas han cambiado desde entonces. Pertenecen a los grupos animales más diversos, pero tienen una cosa en común: en ellos la evolución logró una temprana perfección que no hizo necesarios nuevos cambios. Son fósiles vivientes: cucarachas, iguanas, cocodrilos, escualos, escorpiones, ornitorrincos, demonios de Tasmania, nautilus y los redescubiertos celacantos integran este grupo de nueve fantásticos.


De acuerdo con las normas dictadas por la naturaleza y siguiendo la más elemental de las leyes físicas (a toda acción se corresponde una reacción), los millones de especies de seres vivos han ido variando sus formas, dimensiones y comportamientos, plegándose a los caprichos ambientales. El fin de esta estrategia no es otro que perpetuar las especies. Gracias a estos mecanismos evolutivos, que se activaron en el momento en el que, hace unos 3.800 millones de años, comenzó la vida, hoy la Tierra está habitada.

A partir de entonces y de la mano de la selección natural, todas las especies han sufrido milenarios liftings que han estilizado o redondeado su tamaño, eliminando patas, agregando alas, cambiando branquias por pulmones, haciéndoles surgir miles de ojos o colocándoles la boca en la espalda; son conocidas estrategias de supervivencia. Con ellas, las especies se adaptan mejor al medio y sobreviven. Esto es así en todas, y además no puede detenerse.



Pero no ocurre en todos los casos. A veces, sucede un error en el camino evolutivo o una catástrofe imprevista. Entonces, determinados grupos terminan en el callejón de la extinción. Esto ya les ha sucedido a miles de seres irrepetibles y les sucederá a otros tantos. El caso más conocido aconteció hace 65 millones de años, cuando un gigantesco meteorito cayó sobre la Tierra acabando con dos terceras partes de la biodiversidad entonces viva. Entre otros, aquel cuerpo celeste se llevó por delante al linaje de los dinosaurios, los auténticos dueños del planeta en dicho momento. Es decir, los más fuertes y preparados de cuantos seres existían entonces. Hay otros seres como el celacanto (pez óseo) en los que los cambios parecen estancados. Son un puñado de animales que en uno de sus saltos evolutivos alcanzaron una perfección casi absoluta. Lo lograron hace miles o millones de años. Y ahí siguen, igual que en épocas tan pretéritas en las que no había ni aparecido el hombre. Hasta finales de 1998, se pensaba que sólo existía una mínima población de este pez óseo en las aguas que rodean las Comores, en el océano Índico (localizada en 1938). Antes de ello se creía que este dinopez se había extinguido hace 60 millones de años. pero el biólogo Mark Erdmann, de la Universidad californiana de Berkeley, detectó una nueva población en Indonesia, a 10.000 kilómetros de las Comores.




Los celacantos aparecieron hace 360 millones de años, durante el periodo Devónico, alcanzando su mayor diversidad 150 millones de años después, ya en el Triásico, tras lo cual empezaron un largo declive que se suponía acabó con la extinción de todos ellos. Los registros fósiles señalan que en aquellos periodos ya habían alcanzado formas similares a las actuales: dos aletas pectorales y dos pélvicas, imbricadas en una base carnosa. Es decir, estos grandes peces sufrieron un camino evolutivo como todas las especies hasta que, en determinado momento ocurrido hace millones de años, se detuvo, conservándose desde entonces sin variaciones. Los celacantos son, en realidad, auténticos fósiles vivientes. La iguana marina, pariente cercano de los saurios extinguidos hace 65 millones de años y mensajero de aquel periodo, es el más recurrente de los actuales fósiles vivientes. Este reptil se separó de sus grandes parientes hace más de 200 millones de años. En su encierro de las Galápagos, no necesitó nada más que ver transcurrir los siglos para llegar al tercer milenio.

Mucho antes de que lo hicieran las iguanas, y pasando por alto las medusas, esponjas, equinodermos y otros invertebrados afines, los moluscos ya navegaban por los mares. En el periodo Cámbrico surgieron unos seres cuyas formas elípticas simbolizan la perfección. Hace 600 millones de años, las conchas de los nautilus conquistaron los mares. Algunas de estas especies aún colonizan sin inconveniente los arrecifes de los océanos Índico y Pacífico.

Los insectos, también invertebrados, son veteranos pobladores de nuestro planeta. Entre los primeros en aparecer están las cucarachas, presentes hace más de 300 millones de años. Sus formas no han variado. Es indudable que con este género la evolución echó el resto en cuanto a capacidad de supervivencia se refiere.




No contenta con adaptarse a cuantos cambios sufrió desde entonces nuestro planeta, es una de las escasísimas especies a las que no parece afectar la guerra sin cuartel que el hombre ha declarado a la naturaleza. Es más, la cucaracha se aprovecha de nuestra especie y nos parasita. Hasta tal punto que fue el primer animal localizado, sin ningún daño aparente, tras la explosión nuclear de Mururoa. Aunque hablando de radiactividad, la cucaracha tiene un compadre que resulta igual de resistente. Se trata del escorpión, que surgió junto con otros arácnidos y ácaros hace 350 millones de años. Lo hizo exactamente igual que se conserva ahora y diversos tests han confirmado su inmunidad a la radiactividad.


Es en el agua, caldo de cultivo donde se originó la vida, el lugar donde más especies ancestrales se concentran; la razón no es otra que los escasos cambios que se han registrado hasta la fecha en las profundidades oceánicas. Entre los más abundantes están los peces cartilaginosos. Tiburones, mantas y rayas lograron anatomía y formas de vida en el lejano Devónico. Lo hicieron de una manera que, en el contexto de la historia de la vida, debe ser considerada como instantánea. Igual que el celacanto, estos peces ya eran como son ahora hace más de 350 millones de años.



Con el paso del tiempo surgieron nuevos grupos animales: reptiles, anfibios, aves y mamíferos. Auténticos advenedizos ante la veteranía de aquellos otros. Los últimos en llegar fueron los mamíferos. Los más primitivos lo hicieron a lo largo del Triásico, aproximadamente hace unos 200 millones de años. Pero de aquellas formas ninguna ha sobrevivido. El ornitorrinco, uno de los pocos mamíferos que conserva la capacidad de poner huevos, es de los más antiguos. Su registro ronda los 200 millones de años.

Al margen de la evolución y agarrados a las más diversas condiciones, estos fósiles vivientes son testigos inmutables de gran parte de la historia del planeta. Suspendidos en el tiempo, han navegado por las más variables eras y parecían indestructibles a los cambios. Así ha sido hasta la llegada del hombre. Ante nuestra presión, de nada les valen a celacantos y tiburones la perfección de sus formas logradas hace millones de años.