Los paleontólogos en Alemania han desenterrado un esqueleto excepcionalmente bien conservado de una especie de plesiosauroideo del Jurásico temprano llamada Plesiopterys wildi .
Paleonterráqueus Museo
LAS HUELLAS DE NUESTRA EXISTENCIA
viernes, 11 de abril de 2025
SE LLAMA PLESIOPTERYS WIDI, EL NUEVO ESQUELETO FÓSIL DEL JURÁSICO HALLADO EN ALEMANIA.
lunes, 31 de marzo de 2025
ESTE ES EL DUONYCHUS TSOGTBAATARI LA NUEVA ESPECIE DE DINOSAURIO CON DOS GARRAS CURVAS HALLADO EN EL DESIERTO DE GOBI, MONGOLIA.
Un peculiar dinosaurio con solo dos dedos armados con enormes garras curvas ha sido descubierto en el desierto de Gobi, en Mongolia. Bautizado como Duonychus tsogtbaatari o “dos garras”, este hallazgo sorprende a los científicos por romper el patrón de tres dedos común en su familia.
El fósil, desenterrado durante obras de construcción, revela una criatura de 3 metros de largo y unos 260 kg de peso que vivió hace unos 90 millones de años. Lo más impresionante: sus garras de 30 centímetros, que conservaban incluso restos de queratina, el mismo material de nuestras uñas. Esta vaina de queratina añadía más del 40 % a la longitud de la garra, lo que las hacía especialmente formidables.
“Es como si la evolución hubiera dicho ‘vamos a probar algo totalmente nuevo"”, explica Yoshitsugu Kobayashi, paleontólogo del Museo de la Universidad de Hokkaido en Japón y líder del estudio publicado en la revista iScience.
Aunque estaba emparentado con los temibles dinosaurios carnívoros, el Duonychus prefería la dieta vegetariana. Pertenecía a los terizinosaruios, dinosaurios caracterizados por su torso rotundo, cuello largo, cabeza pequeña, postura bípeda y plumas en el cuerpo.
El ejemplar usaba sus formidables garras principalmente para atraer ramas y alimentarse de hojas, aunque los investigadores especulan que también podrían haberle servido para defensa o incluso para reconocimiento entre su especie.
Este extraño dinosaurio compartía su hábitat semiárido con otros dinosaurios acorazados, con cuernos y antepasados más pequeños del Tyrannosaurus, detalló nuestro medio asociado DW.
jueves, 13 de febrero de 2025
ENCUENTRAN EN LA ANTARTIDA EL FÓSIL DE UN ANCESTRO TEMPRANO DE LOS PATOS Y GANZOS
El hallazgo de un cráneo fósil casi completo de Vegavis iaai en la Antártida confirma su relación con las aves acuáticas modernas y aporta nuevas claves sobre su evolución.
Hace 69 millones de años, en un mundo dominado por dinosaurios, un ancestro temprano de los patos y gansos modernos surcaba los cielos de la Antártida. Se trata de Vegavis iaai, un ave que ha sido motivo de debate entre paleontólogos durante más de dos décadas. Recientemente, el descubrimiento de un cráneo fósil casi completo ha permitido confirmar su posición evolutiva dentro del grupo de aves modernas.
Este hallazgo, cuenta sobre la evolución de las aves acuáticas y destaca el papel de la Antártida como un refugio evolutivo clave durante el Cretácico tardío. El estudio fue liderado por Christopher Torres, investigador de la National Science Foundation (NSF), en colaboración con un equipo internacional de científicos.
El hallazgo de Vegavis iaai ha supuesto un avance en la comprensión de la evolución de las aves modernas. Aunque los primeros restos fueron descubiertos en 2011 durante una expedición del Proyecto de Paleontología de la Península Antártica, no fue hasta ahora que el análisis de un cráneo fósil casi completo ha permitido ubicar con certeza a esta especie en el árbol evolutivo de las aves.
Gracias a la conservación excepcional del cráneo, los investigadores han identificado una combinación de rasgos anatómicos que vinculan a Vegavis con el linaje de las aves acuáticas modernas, como patos y gansos.
Pocas aves han generado tantas discusiones entre los paleontólogos como Vegavis", señala Torres, ahora profesor en la Universidad del Pacífico. "Este nuevo fósil ayudará a resolver muchas de esas discusiones, confirmando su lugar en la evolución de las aves modernas".
Uno de los aspectos más fascinantes de este descubrimiento es su contexto geográfico. Hace unos 66 millones de años, un asteroide impactó en la península de Yucatán, provocando la extinción masiva de los dinosaurios no aviares. Sin embargo, la Antártida, con su clima templado y abundante vegetación en el Cretácico tardío, pudo haber servido como refugio para diversas especies, incluidas las aves primitivas.
Según Patrick O'Connor, coautor del estudio y profesor en la Universidad de Ohio, "este fósil subraya que la Antártida tiene mucho que decirnos sobre las primeras etapas de la evolución de las aves modernas". Las condiciones ambientales y el aislamiento geográfico del continente austral pudieron haber favorecido la aparición de rasgos más avanzados en aves como Vegavis.
CARACTERISTICAS.
Pico largo y puntiagudo: adaptado para la captura de presas acuáticas.
Músculos mandibulares potentes: permitían superar la resistencia del agua durante la caza.
Adaptación al buceo: utilizaba sus patas para propulsarse bajo el agua, a diferencia de los patos y gansos modernos.
Estructura cerebral avanzada: muestra un desarrollo similar al de las aves acuáticas actuales.
miércoles, 22 de enero de 2025
EL ORÍGEN DE LOS ÁBOLES.
El planeta Tierra es el hogar de una asombrosa diversidad de formas de vida, y los árboles se encuentran entre sus habitantes más icónicos. Pero ¿alguna vez te has preguntado cuándo y cómo aparecieron los primeros árboles en el planeta? La historia de los árboles comienza hace cientos de millones de años y está intrínsecamente ligada a la evolución de la vida en la Tierra y a los cambios climáticos que modelaron nuestro mundo.
Antes de que los árboles existieran, la vida vegetal comenzó en los océanos primitivos. Los primeros organismos fotosintéticos fueron cianobacterias, que aparecieron hace unos 3.500 millones de años. Estas bacterias jugaron un papel crucial en la producción de oxígeno y en la creación de una atmósfera respirable. Posteriormente, hace unos 700 millones de años, surgieron las primeras algas multicelulares, que evolucionaron a partir de estas primitivas cianobacterias.
Con el paso de los milenios, algunas algas comenzaron a adaptarse a la vida fuera del agua, dando origen a las plantas terrestres hace aproximadamente 470 millones de años, durante el Período Ordovícico. Estas plantas primitivas no tenían ni hojas ni raíces verdaderas, pero marcaron el inicio de la conquista de la tierra firme.
El siguiente gran salto evolutivo se produjo durante el Período Silúrico, hace unos 430 millones de años, cuando surgieron las primeras plantas vasculares. Estas plantas, como Cooksonia, desarrollaron un sistema de tejidos vasculares que les permitió transportar agua y nutrientes de manera más eficiente, permitiéndoles crecer más y colonizar ambientes terrestres más secos.
La aparición de tejidos vasculares también permitió el desarrollo de estructuras más complejas, como hojas y raíces. Este avance facilitó la captura de luz solar y la absorción de agua y minerales, elementos clave para el crecimiento y la reproducción de las plantas terrestres.
El Carbonífero, la Era Dorada de los Árboles Primigenios.
Hace unos 360 millones de años, durante el Período Carbonífero, surgieron los primeros árboles verdaderos y se formaron los primeros bosques densos. Entre las especies destacadas de esta época se encuentran los licófitos gigantes (como Lepidodendron) y los equisetos arborescentes (como Calamites), que podían alcanzar alturas de hasta 30 metros.
Estos primeros bosques tuvieron un impacto significativo en el planeta: incrementaron los niveles de oxígeno en la atmósfera y redujeron el dióxido de carbono, lo que contribuyó al enfriamiento del clima global. Además, sus restos orgánicos acumulados durante millones de años se convirtieron en los vastos depósitos de carbón que hoy explotamos como combustibles fósiles.
Las Coníferas Dominan el Mesozoico
Con el paso del tiempo, las condiciones climáticas cambiaron y nuevas especies de plantas comenzaron a dominar el paisaje. Durante el Período Pérmico y el Triásico, hace entre 300 y 200 millones de años, las gimnospermas, como las coníferas, cicas y ginkgos, se diversificaron y proliferaron. Estas plantas desarrollaron semillas, una innovación evolutiva clave que les permitió reproducirse en condiciones más adversas y colonizar nuevos hábitats.
Las gimnospermas dominaron los ecosistemas terrestres durante el Mesozoico, la era de los dinosaurios, formando vastos bosques que sirvieron de alimento y refugio para muchas especies animales.
La Llegada de los Árboles con Flores
Finalmente, hace unos 140 millones de años, durante el Cretácico, aparecieron las angiospermas, las plantas con flores. Este grupo incluye a la mayoría de los árboles modernos, como robles, arces y magnolios. La aparición de las flores y los frutos revolucionó la reproducción vegetal al facilitar la polinización por insectos y la dispersión de semillas a través de animales.
Las angiospermas se adaptaron rápidamente a una amplia variedad de entornos, lo que les permitió desplazar a muchas gimnospermas y convertirse en las plantas dominantes en la mayor parte del mundo.
El Legado de los Árboles en el Planeta
Hoy en día, los árboles desempeñan un papel crucial en los ecosistemas terrestres. No solo producen oxígeno y absorben dióxido de carbono, sino que también proporcionan hábitat para una inmensa variedad de especies, regulan el clima local y global, y forman parte esencial de la cultura y la economía humanas.
Estudiar el origen de los árboles no solo nos permite comprender mejor la historia de la vida en la Tierra, sino también valorar su importancia en un mundo que enfrenta retos ambientales sin precedentes. Conservar los bosques y promover la reforestación es clave para asegurar un futuro sostenible para nuestro planeta.
viernes, 18 de octubre de 2024
SAURÓPODOS, LOS GIGANTES DE LA TIERRA.
Los saurópodos, que significa patas de reptil, forman un extenso grupo de dinosaurios Sauristiquios que incluía algunos de los animales más grandes que hayan existido jamás. Era uno de los grupos más fáciles de identificar, los cuales se parecían mucho unos a otros. Son los mayores dinosaurios, y también los mayores animales terrestres, que han caminado sobre la Tierra.
La cola era gruesa en la base, pero delgada y como un látigo hacia su extremo; es posible que el animal la utilizara para azotar a sus enemigos, como lo hacen algunos lagartos modernos, pues no tenía otro medio de autodefensa. Las patas eran largas, rectas como columnas, con pies dotados de cortos dedos, en conjunto bastante parecidas a las de un elefante, y, aunque las patas grandes y pesadas eran parecidas a las de estos mamíferos, presentaban en ellas garras y pezuñas como en otros reptiles. Los de larga cola, como los diplodócidos, y como hemos dicho antes, podían erguirse sobre las patas traseras y la cola, y utilizar las garras de las patas delanteras para defenderse del enemigo.
Como grupo, los saurópodos estaban entre los dinosaurios que prosperaron en mayor medida: existieron desde el principio del Jurásico hasta el Cretácico Tardío, hace entre 208 y 66 millones de años, y se extendieron por todo el mundo.
Las familias de los vulcanodóntidos y cetiosaurios fueron unas de las primeras que pasearon por la tierra. Tenían la columna vertebral más fuerte que muchos que surgieron más tarde, como los camarasáuridos, y con orificios en las vértebras que la hacían mucho más ligera que lo que correspondería por su tamaño. Podríamos suponer que los primeros saurópodos fueron relativamente pequeños y que su tamaño aumentó con el paso del tiempo; así, las formas del Jurásico superior serían más grandes que las del inferior, y las del Cretácico todavía serían mayores. Los hechos, sin embargo, se han revelado diferentes: los saurópodos del Jurásico superior son los más numerosos, variados y grandes de todos.
Observemos con más atención algunos de éstos. Un saurópodo típico y bien conocido es el Apatosaurus, llamado impropiamente Brontosaurus. Este dinosaurio del Jurásico superior, hallado en el oeste norteamericano, medía 21 metros de largo, tenía 4 metros y medio de altura en la cruz y pesaba casi unas 30 toneladas.
En los mismos yacimientos del Apatosaurus se encuentra el Diplodocus. Este famoso dinosaurio era uno de los saurópodos más largos, que con sus 27 metros de cabeza a rabo, casi lo mismo que una ballena azul, que con una longitud de alrededor de los 30 metros, es el más largo animal viviente. Era similar al Apatosaurus, pero más largo y delgado; su peso era de tan sólo 10 toneladas.
Un saurópodo de Inglaterra que también posee la misma forma típica del grupo es el Cetiosauriscus, similar en algunos aspectos al Cetiosaurus, el primer saurópodo descubierto. El Cetiosauriscus se encuentra en los estratos inferiores del Jurásico superior y fue algo más pequeño, pues no superaba los 15 metros de largo. Sus restos suelen ser mucho más fragmentarios que los bien preservados de sus parientes norteamericanos, pero un esqueleto bastante buen, el mejor encontrado hasta ahora, se excavó cerca de Stamford, Licolnshire, en 1.968.
Bastante diferente de todos estos fue el Brachiosaurus, del Jurásico superior, hallado en el oeste de Estados Unidos y en Tanzania. A diferencia de casi todos los demás dinosaurios, tenía las patas delanteras más largas que las traseras; debido a esto, su espalda ascendía profundamente hacia el cuello, que se mantenía erguido verticalmente. Hasta hace pocos años se creía que era el animal terrestre más grande que jamás había vivido. La cabeza estaba a 12 metros y medio del suelo, lo bastante alta para mirar por un edificio de cuatro plantas; sólo el hueso del brazo mide más de 2 metros, y se ha calculado que su peso ha de unos 50 toneladas, quizá más, de 10 a 12 veces más pesado que el elefante más grande. Sólo un museo tiene un esqueleto completo montado de esta enorme bestia: el Museo de Ciencias Naturales de Berlín Oriental. Pero, en 1972, se encontraron en Colorado algunos huesos de dos nuevos dinosaurios saurópodos, aún mayores que el Brachiosaurus. Una sola de sus vértebras medían cerca de 1 metro y medio de largo. Estos animales, al que todavía no se les ha dado un nombre verdadero, sino que se les conoce como Supersaurus, de 13 0 14 metros de alto y 25 de largo, y Ultrasauros, de 15 metros de alto y 30 de largo, siendo el dinosaurio más pesado y alto, y los dos pesarían más que las 50 toneladas del Brachiosaurus.
Pero el más largo de todos estaba aún por llegar. Hace muy poco tiempo, en México, se ha encontrado un nuevo dinosaurio que hoy día aún se sigue excavando: se le ha llamado Seismosaurus, con una longitud de 43 metros, es el dinosaurio más grande. El mayor dinosaurio conocido por el hombre contrasta profundamente con otro dinosaurio hallado en fecha reciente, 1.977, en Argentina, en un yacimiento del Triásico superior o Jurásico inferior. Este nuevo dinosaurio, descrito a partir de varios especimenes como Mussaurus, es el más pequeño que se conoce y no era mayor que un tordo; su esqueleto tiene cierto parecido con el de un Prosaurópodo, pero su diminuto cráneo es notablemente parecido al de un saurópodo. Las proporciones del cráneo, los ojos y las patas sugieren que podría tratarse de un individuo joven, incluso una cría. Cerca de los esqueletos se encontraron dos pequeños huevos en excelente estado de conservación. Por las proporciones, probablemente este dinosaurio no era el más pequeño, sino que esas crías de adultas quizá medirían unos 2 metros.
Un dinosaurio que se tiene bastante certeza de su pequeñez de adulto era el Micropachycephalosaurus, un pequeño ornistiquio de China, que con su tamaño no mayor que un conejo, sería este el más pequeño.
Los huesos de algunos de estos dinosaurios eran alveolares, dotados de plerocelos, huecos, para aligerarlos de peso. Los pies de los saurópodos no son anchos y extensos, como suele ocurrir en los animales que caminan por el barro blando o la arena suelta; por el contrario, son pequeños y compactos en relación con el tamaño del animal, de modo que si éste hubiese entrado en un pantano se habría quedado irremediablemente atascado en el lodo. Finalmente, la naturaleza de los sedimentos en los que los saurópodos suelen estar enterrados no sugieren un entorno pantanoso, y los demás fósiles encontrados con ellos son principalmente restos de plantas y animales que vivieron en tierra firme.
los saurópodos poseían un abultamiento de la médula espinal a la altura de la pelvis, que era mucho mayor que el que poseen los demás vertebrados terrestres.
ese abultamiento tenía que ver, sobre todo, con el control automático de las extremidades inferiores y la cola. Y, por otro lado, puede no haber sido tan grande como generalmente se cree, pues la cavidad correspondiente a las vértebras quizá estuviera ocupada en gran parte por un tejido que almacena de glucógeno, como ocurre en algunos vertebrados actuales.
Por cierto, los descubrimientos recientes han demostrado que algunos saurópodos del Cretácico superior poseían unas placas óseas de protección incrustadas en la piel.
martes, 1 de octubre de 2024
EL GODZILLA DEL ÁRTICO.
Recientemente se han descubierto fósiles de un antiguo reptil marino en el Ártico que ha sido comparado con el icónico personaje de Godzilla. Este reptil marino pertenece a un grupo extinto conocido como ictiosaurios, que eran reptiles marinos que vivieron durante la era Mesozoica, hace aproximadamente 250-90 millones de años.
El fósil en cuestión, que ha sido apodado como «Godzilla del Ártico», es el cráneo casi completo de un ictiosaurio descubierto en la isla de Spitsbergen, en Noruega. El fósil tiene una longitud de más de 3 metros y se estima que vivió hace unos 150 millones de años, durante el Jurásico Medio.
Este fósil es considerado uno de los más antiguos y completos de un ictiosaurio encontrado en el Ártico, lo que lo convierte en un hallazgo de gran importancia científica. Los ictiosaurios eran reptiles marinos altamente adaptados a la vida en el océano, con cuerpos hidrodinámicos y extremidades en forma de aletas. Eran depredadores carnívoros y se cree que eran excelentes nadadores y cazadores en su tiempo.
El descubrimiento de estos fósiles en el Ártico también arroja luz sobre la distribución y diversidad de los ictiosaurios durante el Jurásico, ya que se pensaba que estos reptiles marinos preferían aguas más cálidas. El hecho de encontrar un fósil tan completo en el Ártico sugiere que los ictiosaurios podrían haber tenido una distribución más amplia de lo que se creía anteriormente.
Este hallazgo resalta la importancia de la paleontología en la comprensión de la historia de la vida en la Tierra y la evolución de las especies. El estudio de estos fósiles proporciona valiosa información sobre la anatomía, la ecología y la evolución de estos antiguos reptiles marinos, y nos ayuda a reconstruir la historia del mundo prehistórico en el que vivieron.
lunes, 26 de agosto de 2024
TODO SE ACLARA A LA LUZ DE LA PALEONTOLOGÍA.
La muela gigante de San Agustín y los elefantes extintos de Cuvier.
"Yo mismo vi, y no solo, sino algunos otros conmigo, en la costa de Útica o Biserta, un diente molar de un hombre, tan grande que si le partieran por medio e hicieran otros del tamaño de los nuestros, me parece que pudieran hacerse ciento de ellos; pero creo que aquél fuese de algún gigante".
San Agustín, La Ciudad de Dios, libro XV, capítulo IX.
Agustín de Hipona, o San Agustín, es uno de los más importantes padres de la Iglesia. En La Ciudad de Dios, Agustín presenta una serie de reflexiones sobre lo humano y sobre lo divino en el contexto de los turbulentos tiempos del siglo V que vieron el final del otrora poderoso Imperio Romano. ¿Por qué un sabio de la estatura de San Agustín, en un libro eminentemente religioso, discute el hallazgo de un diente molar gigantesco? En el libro XV de su libro, Agustín discute la existencia en el pasado de seres humanos de gran talla, tal como lo señala la Biblia. “Existían entonces los gigantes en la tierra”, nos explica el libro del Génesis, “y también después, cuando los hijos de Dios se unieron con las hijas de los hombres y les engendraron hijos. Estos son los héroes famosos muy de antiguo.”
El molar que Agustín vio en la costa de lo que entonces era el proconsulado africano del Imperio Romano era para el sabio cristiano una prueba tangible de los gigantes antediluvianos mencionados en la Biblia. Invocando los escritos de Plinio el Viejo, Agustín argumenta que los hombres se han ido haciendo paulatinamente más pequeños y menos longevos desde los tiempos del Antiguo Testamento. El molar hallado en Útica era, en la visión de Agustín, una prueba irrefutable de la existencia de los gigantes del Génesis. Hoy en día sabemos que el diente gigantesco que observó San Agustín perteneció muy probablemente a un mamut, un tipo de elefante extinto del que se han encontrado restos fósiles en diversas partes de América del Norte, Eurasia y el Norte de África, incluyendo el área donde antiguamente se encontraba el puerto de Útica, en lo que hoy es Túnez. Específicamente, el mamut africano vivió en el norte de África en el Plioceno, hace más de dos millones de años.
Los fósiles de mamut y otros parientes extintos de los elefantes son relativamente comunes en muchos sitios, y diferentes culturas han tratado de explicar la existencia de huesos y dientes gigantescos de estos animales dentro de su propia cosmovisión. Por ejemplo, Los tlaxcaltecas prehispánicos del centro de México, acérrimos rivales de los aztecas, contaban la historia de que sus ancestros habían logrado vencer a una raza de gigantes que eran los pobladores originales de sus tierras. Cuando los españoles de Hernán Cortés llegaron a la Tlaxcala de principios del siglo XVI, el orgulloso líder Xicoténcatl ordenó mostrar a los conquistadores, como prueba de estas historias, un gigantesco hueso que, en palabras de Bernal Díaz del Castillo, “era muy grueso, el altor tamaño como un hombre de razonable estatura, y aquel zancarrón era desde la rodilla hasta la cadera.” El hueso en cuestión en realidad seguramente perteneció a un mamut o a un mastodonte, otra especie de elefante extinto relativamente común en México hasta el final del Pleistoceno, hace unos 11,000 años.
En varias islas del Mediterráneo se pueden encontrar huesos fósiles de pequeños elefantes que se extinguieron hace unos cuantos miles de años. Los cráneos de estos animales son de todas maneras mucho más grandes que los de los humanos, y presentan en su centro la peculiar cavidad nasal, que es un orificio de gran tamaño en el que se inserta la trompa. Como las órbitas de los ojos son muy pequeñas en los elefantes, los cráneos dan la impresión de tener un único hueco, de gran tamaño, justo en la parte media. Othenio Abel, un paleontólogo de principios del siglo XX, especuló que el hallazgo de estos cráneos en las islas mediterráneas podía haber inspirado en los griegos clásicos la leyenda de los cíclopes, la raza de gigantes con un solo ojo.
El estudio científico de los fósiles de mamut en Europa avanzó muy lentamente, debido precisamente a las ideas preconcebidas basadas en las creencias religiosas. Todavía en 1613, Nicholas Habicot, un médico y anatomista francés, escribió un ensayo llamado Gigantostologie en el que se describen unos huesos hallados en el sureste de Francia como los restos de un gigante humano antediluviano. Al poco tiempo, Jean Riolan, un botánico, escribió en forma anónima una crítica a Habicot, llamada Gigantologie, en la que sugiere que los huesos de gran tamaño podrían ser de elefante.
Finalmente, en 1796, Georges Cuvier mostró con contundencia científica que los huesos y dientes de gran tamaño que la mayoría consideraba evidencia de los gigantes bíblicos eran en realidad restos de elefantes extintos. En su Memoria sobre las especies de elefantes, vivientes y fósiles, leída ante el Instituto Nacional de Francia, Cuvier mostró que las diferencias entre un elefante asiático y uno africano eran suficientes como para considerarlos especies separadas. Más aún, el sabio francés concluyó, refiriéndose al mamut siberiano y al “animal de Ohio” (el mastodonte) que: Estos animales [fósiles] por tanto difieren del elefante tanto como, o aún más, que lo que un perro difiere de un chacal o una hiena.
Con sus detalladas observaciones, Cuvier no solo mostró que los huesos de supuestos gigantes del pasado no eran sino restos de elefantes, sino que además llegó a la inescapable conclusión de que estos elefantes pertenecían a especies que se extinguieron en un pasado remoto. En la época, la idea de que un animal pudiera extinguirse iba en contra de la concepción, también basada en principios religiosos, de que existía un orden divino en la naturaleza que impediría que uno de sus elementos desapareciera. La idea de la extinción de especies era, por tanto, revolucionaria. Sin embargo, las pruebas presentadas por Cuvier fueron bien recibidas por la comunidad científica, en particular en el ambiente que imperaba en Francia a los pocos años de la Revolución.
Curiosamente, Cuvier nunca aceptó las ideas que sobre la evolución de las especies habían discutido sus compatriotas Jean-Baptiste Lamarck y Étienne Geoffroy Saint-Hilaire. Desde la perspectiva de Cuvier, era imposible que una especie de animal pudiera transformarse en otra. Además,. argumentaba, resultaba sumamente difícil imaginar cómo podría sobrevivir.una forma intermedia entre dos especies existentes. Las especies podían desaparecer, pensaba Cuvier, pero no parecía existir un proceso que pudiera permitir la aparición de especies nuevas a partir de las existentes.
De todas maneras, se puede decir con toda justicia que la idea de la extinción como un concepto científico nació el 4 de abril de 1796 con la lectura del ensayo de Cuvier. La muela gigante descrita por San Agustín casi mil cuatrocientos años antes finalmente encontró su lugar en la ciencia.
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